Dichos y Hechos de la Discriminación

Por Beatriz Muriel, Ph.D. *

Al respecto de los acontecimientos recientes en la zona sur de La Paz, la discriminación ha venido constituyéndose en un tema álgido y candente en varias esferas socioculturales. Sin embargo, como en el caso de la economía, las discusiones se vuelven emocionales y, en muchos casos, caen en el error de categorizar varios otros problemas que necesitan soluciones urgentes -y que no se entienden cabalmente- como “discriminación”.

En el caso de la economía, se ha discutido mucho en la literatura esta “falta de conocimiento” en los varios tópicos donde se ha analizado la discriminación. Uno de ellos ha sido la famosa “discriminación salarial contra las mujeres”; para lo cual se han observado las diferencias entre los ingresos labores por género. En efecto, la información provista por la encuesta de hogares de 2012 en Bolivia muestra, por ejemplo, que -en promedio- los ingresos laborales mensuales de los hombres son 64 por ciento mayores a los de las mujeres. Con todo, desenmarañando los datos y los conceptos detrás de esta supuesta discriminación, se encuentran varios otros factores que explican estas disparidades salariales.

El primer paso es, sin duda, entender qué es discriminación. En el caso tratado se apunta usualmente a dos conceptos generales. El primero supone que algunos empleadores tienen ciertos prejuicios contra las mujeres trabajadoras, aun cuando ellas sean tan productivas o eficientes como los hombres (teoría de discriminación por gusto). El segundo supone que algunos empleadores no conocen en realidad cuán eficientes son las mujeres o los hombres que van a contratar y, por lo tanto, buscan algunas tendencias promedio para marcar estas diferencias: por ejemplo, los hombres parecen ser más aptos para trabajos forzados que las mujeres (teoría de la discriminación estadística).

Entonces, bajo estos conceptos, para que exista discriminación es necesario que haya una relación obrero-patronal asalariada, siendo que (de acuerdo con la encuesta de hogares de 2012) más del 50 por ciento de los trabajadores bolivianos no la tienen; ya que son cuenta propistas, cooperativistas, etc. Sin embargo, en esta población los hombres tienen un ingreso laboral 90 por ciento mayor al de las mujeres, mientras que entre los trabajadores asalariados este porcentaje disminuye a 32 por ciento.

El segundo paso es, entonces, desenmarañar los datos por detrás de las disparidades de la brecha salarial por género, las cuales se asocian en cierta medida con las diferencias en las características laborales y socioeconómicas. En promedio, por ejemplo, las mujeres trabajan menos horas que los hombres (41 horas versus 46 en el año 2012), cuentan con menor experiencia laboral (ya que tienen más periodos de inactividad), y con menores años de escolaridad, aunque la brecha ha ido disminuyendo en el tiempo (7.4 años de escolaridad frente a 8 años).

Aún más, las mujeres se concentran en algunos tipos de ocupaciones y sectores que, en varios casos, cuentan con retornos laborales más bajos que en aquellos que son usualmente realizados por los hombres; es decir, existen algunos trabajos “femeninos” y otros “masculinos”  que pueden ser categorizados de esta manera ya sea por las características socioculturales o por las propias habilidades innatas. Por ejemplo, los sectores de minería y de construcción, que actualmente son muy bien pagados, son mayoritariamente “masculinos” mientras que el cuidado del hogar remunerado es esencialmente “femenino”.

En fin, por los argumentos señalados mal, se puede apuntar a que las disparidades salariales por género se deban a una “discriminación salarial contra las mujeres”; aunque sí es posible que explique una parte de la brecha.

De manera semejante, las raíces de los acontecimientos recientes parecen deberse más a diferentes tradiciones y costumbres que a problemas de discriminación propiamente dichos. Al respecto, las comunidades rurales han trabajado fuertemente para hacer prevalecer y respetar sus tradiciones y costumbres, ligadas a sus regiones, frente al resto de la sociedad boliviana; por ejemplo, ciertamente resultaría muy difícil y nada adecuado para los jóvenes ajenos hacer un concierto de rock en plena plaza de alguna comunidad rural, más aún si es tiempo de pascua. Así, las comunidades urbanas también tienen tradiciones y costumbres, y de la misma manera que en las comunidades rurales, será importante que las personas ajenas a estas las respeten.

* La autora es Investigadora Senior del INESAD, Ph.D. en economía, bmuriel@inesad.edu.bo

 

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