Mercados, Economistas y Café

Ser profesor de Economía te crea «mañas» que terminan por hacerse crónicas. Hablar solo descifrando los vericuetos de algún modelo o soñar con maximizaciones y equilibrios están entre las más comunes. Ninguna, sin embargo, debe ser tan placentera como nuestra conocida adicción al café. Una maña que ya llega ha hacerse callo.

Un alumno me preguntaba el anterior semestre por qué los profesores de Economía visitaban los Cafés todas las santas tardes como si de un acto religioso se tratara. Somos adictos, le respondí, al café y a la economía. Los economistas tendemos a juntarnos – posiblemente como una respuesta gremial a nuestra perenne impopularidad – y nada nos da mayor gusto que hablar de nuestra ciencia. El café es la excusa perfecta.

Afortunadamente, comprar café resulta bastante simple en el campus de nuestra universidad. Muy cerca a la Escuela de Negocios existen tres o cuatro lugares que proveen el líquido elemento. Un mercado chico, pero mercado al fin. Nuestro consumo diario de café, por tanto, no solo proporciona de deliciosas horas de tertulia sino también de ejemplos interesantes para los alumnos de Principios de Economía.

La primera observación es que los mercados funcionan en base a incentivos. Aunque gracias al consumo frecuente ya se ha desarrollado una interacción cordial entre vendedores y economistas que nos lleva a preguntarnos como estamos y a desearnos las buenas tardes, en el fondo el interés mutuo es meramente comercial. La realidad es que a los vendedores no les importa mucho como estemos sino que compremos café. Y no es motivo de queja, lo entendemos porque a nosotros tampoco nos importan los beneficios del vendedor sino el café.

Si a la anterior observación le añadimos el hecho de que los vendedores no están obligados a vender café ni nosotros a comprarlo, se concluye que el intercambio libre beneficia a ambas partes – de lo contrario, éste no existiera. Y así se llega a uno de los resultados más importantes de la teoría económica: el intercambio libre de bienes y servicios genera riqueza y no necesita que las partes involucradas se aprecien entre si. Ese es el «secreto mejor guardado» del desarrollo.

La libertad de intercambiar bienes y servicios determina además una asignación eficiente de recursos escasos. Como no estamos obligados a comprar de un Café en particular, los economistas buscaremos los mejores precios, la mejor calidad, y la mejor música y comodidad entre las diferentes opciones. La competencia hará que el café sea producido y vendido con éxito por aquellos vendedores que sean capaces de generar la mejor combinación de estos atributos, i.e. los vendedores más eficientes. El precio del café libremente determinado por oferentes y demandantes, por otro lado, asegurará que este bien sea destinado a los consumidores que lo valoren más.

Este segundo resultado es no menos importante. Los mercados libres, por un lado, harán que los bienes sean producidos por los productores más eficientes y no por los que tengan muñeca o palanca con el gobierno de turno. Por otro lado, los bienes serán dirigidos a los consumidores que los valoren más (reflejado en la disposición a pagar el precio de equilibrio) y no a los que tengan un apellido conocido o se beneficien de «estar relacionados.» Los mercados libres son en el fondo muy democráticos.

Un tercer resultado importante es que los mercados son eficientes replicadores de estrategias que funcionan y maximizan el uso de recursos. Si en algún momento los economistas y otros clientes dejaran de comprar café y empezaran a comprar té, las pérdidas de los vendedores generarían una poderosa señal a potenciales nuevos vendedores y, a través de éstos, a toda la cadena productiva de producción de café. Cuando el mundo deja de valorar un determinado bien, los mercados transmiten señales hacia atrás casi inmediatamente y los agentes se pueden adaptar a las nuevas circunstancias. Cuando los gobiernos intervienen y distorsionan los resultados del mercado, estas señales no existen o son de mala calidad y las economías no se pueden adaptar a los vientos de cambio.

Un requisito implícito e imprescindible en el funcionamiento de mercados libres, sin embargo, es el respeto a los derechos de propiedad. Intercambiar es básicamente transferir derechos de propiedad. Si los economistas intercambiamos «papers» por café, lo que implícitamente hemos hecho es transferir los derechos de propiedad sobre estos bienes. Nosotros ya no somos dueños de los «papers» y los del Café ya no son dueños del café. Pero imagina que, después de intercambiar nuestros bienes, el vendedor nos «nacionaliza» el café arguyendo que estamos en su tienda y todo líquido negro dentro de la tienda le pertenece. Pues estamos listos. El intercambio ya no genera riqueza (por lo menos no para los economistas). Creen ustedes que volveremos a esa tienda? Creen ustedes que volveremos a hacer negocios con ese vendedor? Seguramente que no y por mucho tiempo.

Afortunadamente, cuando agentes privados están a cargo de la oferta, actitudes irracionales como las del vendedor nacionalizador no se observarán muy frecuentemente. En el largo plazo la tienda también perderá al perder a sus clientes. El vendedor, por tanto, procurará tratar a sus clientes con el mayor interés y respetando los acuerdos. El problema, ya lo imaginan, es cuando los vendedores no responden a criterios de creación de riqueza sino a criterios políticos, populistas, revolucionarios, indigenistas, etc.

Cuando existe libertad (sin restricciones burocráticas o regulaciones excesivas), cuando se respetan los derechos de propiedad, y cuando no existe incertidumbre política, los mercados son eficientes generadores de riqueza, eficientes asignadores de recursos, y eficientes mecanismos evolutivos. Y permiten además que los profesores de Economía puedan seguir tomando café.

 


(*) Professor of Economics, American University of Sharjah, United Arab Emirates. The author happily receives comments at the following e-mail: asaravia@aus.edu


 

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