Marlene Baldivieso

¿Quién hace qué y a qué accede? Organización laboral y productiva en los hogares de quinua del Altiplano Sur

Por: Daniela Romero*

Entre 2009 y 2019, aproximadamente tres cuartas partes de la población ocupada se dedicaba a la producción agropecuaria en las zonas rurales de Bolivia (Muriel, 2022). Sin embargo, esta ocupación es principalmente no asalariada, algo muy común en estas zonas y que con la pandemia llegó a empeorar (Machicado, 2022). Las ocupaciones de tipo asalariado, específicamente en el altiplano, se encuentran en los sectores de la construcción y la minería, que son predominantemente masculinos, por lo que las mujeres suelen tener el menor porcentaje de trabajo asalariado. Por lo general, las mismas se concentran en trabajos familiares no remunerados o, en las mejores condiciones, se desempeñan en sectores como el comercio en calidad de cuenta-propias (Muriel, 2022). Uno de los sectores donde esta división y distribución puede ser claramente identificada es en el de la quinua.

La quinua es un cultivo de gran importancia para el autoconsumo en el altiplano y en las partes altas de los valles de Bolivia. El altiplano sur es la principal zona de producción de este grano, pero también es la más seca en comparación a las otras zonas de producción, por lo que la dedicación a este cultivo implica mucho tiempo, recursos y riesgos. No obstante, desde el año 2008, la producción de quinua tuvo un auge significativo que duró casi 10 años, periodo en el que su popularidad como un alimento con altos niveles nutritivos, le hizo abrirse paso en mercados internacionales como Estados Unidos y algunos países de Europa. Fue hasta 2015 que este auge logró sus más altos niveles, puesto que a partir de este año se dio una constante caída de los precios a medida que la oferta de este grano por parte de otros países crecía (Romero, 2016; Romero, 2021).

Ante esta inestabilidad, la mayoría de los productores recurren a la diversificación de sus actividades económicas, mismas que organizan de acuerdo al ciclo productivo de la quinua (Céspedes, 2019). Entre estas actividades se encuentran la minería, la construcción, el turismo, en los que se puede encontrar empleo de tipo asalariado, mientras que el transporte y el comercio es más de tipo cuenta-propia. Las dos primeras, y el transporte, son actividades en las que existe una mayor participación masculina, mientras que, en las actividades de servicios dentro del turismo y el comercio, las mujeres cobran mayor protagonismo.

La Encuesta a productores y productoras de quinua del Altiplano Sur, desarrollada por la Fundación INESAD en 2023, muestra de manera clara estas divisiones. En principio señala que el 94% de todos los encuestados se encontraba desarrollando una actividad en los últimos tres meses previos a la encuesta, con similitudes entre hombres y mujeres. Sin embargo, las diferencias surgen al referirse a empleos de tipo asalariado, puesto que los hombres tienen una participación de 17,1% y las mujeres solo tienen de 10,9%, como lo muestra el Gráfico 1. Sin embargo, la participación en ambos grupos de la población asalariada es prácticamente igual (14,1% – 14,3%).

Gráfico 1. Empleo por tenencia de ingresos laborales (%)

Fuente: Elaboración propia con base en la Encuesta INESAD, 2023.

La principal actividad económica de este grupo es la agropecuaria (85%) que principalmente está enfocada en la producción de quinua. La quinua se lleva a cabo como una actividad de tipo cuenta propia en la que toda la familia suele estar involucrada como apoyo, mientras que el o los jefes de hogar suelen ser los principales encargados. Dependiendo de la conformación del hogar, el hombre es considerado como el principal jefe de hogar y, por lo tanto, el encargado de la principal actividad económica. Las mujeres se encargan de actividades secundarias como el pastoreo u otros cultivos más pequeños. No obstante, en muchos hogares biparentales ambos esposos son considerados como jefes de hogar y se distribuyen las tareas de manera igualitaria (Romero, 2016).

Al respecto, los resultados de la encuesta muestran que un 79,3% de los hombres se consideran como jefes de hogar, frente al 24,1% de las mujeres. Esa cifra disminuye en el caso de los hombres cuando se habla de quien asume la principal responsabilidad sobre la producción de quinua (64,9%), mientras que sube en el caso de las mujeres (30,4%), aunque la diferencia sigue siendo evidente. Y es que, en realidad, las mujeres suelen ver esta responsabilidad más como una tarea compartida, puesto que las mismas se consideran en un 47,4% como uno de los principales responsables, comparado al 23,2% de los hombres.

Ahora bien, cuando se analizan solo a aquellos que se consideran jefes de hogar, tanto hombres como mujeres, los porcentajes tienden a reducir – 83,4% de los hombres frente al 63,6% de mujeres-, pero aún existe una clara tendencia.

En el caso de otras actividades más específicas dentro del proceso productivo, tales como la preparación del suelo, la siembra, el control de malezas, el control de plagas, el acopio y la extracción de impurezas, los hombres tienden a tener una participación promedio del 70%, muy superior a la de las mujeres que suele ser al 50%. La comercialización sería la actividad en la que tanto hombres como mujeres tienen una participación más igualitaria (56,1% para los hombres – 45,1% para las mujeres), lo cual revelaría un acceso más equitativo a los ingresos.

Por otro lado, si solo se analiza a los jefes de hogar se encuentran diferencias menos marcadas en actividades como la preparación del suelo, la siembra, el control de malezas, el control de plagas y el acopio, asumidas principalmente por los hombres, que estaría más relacionado a su mayor fuerza física. Por su parte, las mujeres jefas de hogar participan principalmente en la cosecha. La comercialización es una de las tareas compartidas de manera más igualitaria y/o compartida por jefes y jefas de hogar, donde la corresponsabilidad es más evidente.

Entre las principales razones por las que se producen estas divisiones se encuentran el cumplimento de tradiciones familiares que asignan roles diferenciados a hombres y mujeres (aunque esto se da cada vez en menor medida), la diferencia en la fuerza física para algunas tareas e incluso algunas habilidades que se consideran innatas en hombres y mujeres. Todo esto genera una división de trabajo aún marcada en la que los hombres se encargan de las tareas más pesadas y de mayor importancia adquisitiva, mientras que las mujeres cumplen con actividades que puedan conciliar con sus labores domésticas y el cuidado de los hijos (Céspedes, 2019; Muriel 2022).

En este contexto, el acceso a ingresos por parte de las mujeres tiende a estar más condicionado y limitado. Tomando en cuenta que los hombres no solo suelen ser los principales responsables de la producción de la quinua y, por lo tanto, del ingreso más importante del hogar, sino que tienen un mayor acceso a fuentes de tipo asalariado, el poder de decisión sobre los ingresos suele ser principalmente de ellos. No obstante, aquí pasa algo interesante, puesto que al parecer más allá de su importancia en la provisión de ingresos, la antes nombrada corresponsabilidad en el proceso de comercialización provoca una distribución de ese poder.

Según muestra la encuesta INESAD, el 64,9% del total de los hombres considera tener la principal responsabilidad en la generación de ingresos para el hogar, frente al 30,5% del total de las mujeres; frente a un 23,2% de hombres que se considera como solo uno de los principales responsable ante un 47,4% de mujeres. Una vez más, existe una buena cantidad de mujeres que considera la corresponsabilidad en esta categoría. Cuando se analiza solo los jefes de hogar se tiene que el 83,4% de los hombres y el 63,6% de las mujeres se consideran como el principal responsable y sucede lo mismo con la corresponsabilidad, que es más alta a consideración de las mujeres, que se consideran como uno de los principales responsables de la generación de ingresos, como lo muestra el Cuadro 1:

Cuadro 1. Responsabilidad en la generación de ingresos por jefes de hogar (%)

 

Hombres Mujeres Total
El/la principal responsible 83,4% 63,6% 75,9%
Uno/a de los/as principales responsables 14,9% 28,2% 19,9%
Aportó con ingresos o con trabajo 0,6% 5,5% 2,4%
No tuvo o no generó ingresos 1,1% 2,7% 1,7%
Total 100% 100% 100%

Fuente: Elaboración propia con base en la Encuesta INESAD, 2023.

Hasta aquí las diferencias continúan, pero las mismas se acortan justamente cuando se consulta sobre quien es el principal responsable de decidir sobre el uso de estos ingresos. Es así que se tiene que el 48,1% de hombres se considera el principal responsable frente al 32,7% de mujeres, manteniéndose un mayor sentido de corresponsabilidad de éstas últimas también en esta categoría. Sin embargo, estas diferencias se revierten completamente cuando se analiza a los jefes de hogar, puesto que el 88,1% de las mujeres se considera la principal responsable de la decisión sobre el uso y distribución de los ingresos frente al 44,7% de los hombres, quienes en esta ocasión asumen en mayor porcentaje que las mujeres la idea de corresponsabilidad, como se detalla a continuación:

Cuadro 2. Toma de decisiones sobre uso de los ingresos por jefes de hogar (%)

 

Hombres Mujeres Total
La principal persona que decidió 44,8% 88,2% 65,3%
Uno de las principales personas que decidió 42,5% 10,9% 32,0%
Aportó con ideas 12,2% 0,9% 2,1%
No tomó ninguna decisión 0,6% 0,0% 0,7%
Total 100% 100% 100%

Fuente: Elaboración propia con base en la Encuesta INESAD, 2023.

Lo anterior podría revelar una forma de organización y distribución de responsabilidades y beneficios interesante en los hogares rurales. Y es que, si bien la mujer continúa asumiendo en mayor medida las tareas del hogar, el equilibrio podría darse al momento de decidir sobre el bienestar del mismo. Sin duda esto no quiere decir que ciertas desigualdades persistan o que las mujeres no hayan logrado impulsar su bienestar también desde otras esferas, pero sí muestra un elemento importante de análisis. El auge de la quinua trajo oportunidades para todos y esto benefició de manera considerable el avance de muchas mujeres hacia condiciones más igualitarias, sin embargo, esto también dependió de los distintos capitales que habían ya formado las mismas y que se potenciaron con la subida de precios (Romero, 2021). Aunque también es innegable que la apertura de nuevos mercados y la mayor institucionalidad del proceso productivo de la quinua permitió que muchas mujeres se incluyeran en el mismo de manera importante.

Los retos aún son grandes en cuanto al acceso asalariado tanto para hombres como mujeres, pero el reconocimiento del aporte que ambos realizan es cada vez más igualitario y va más allá de quien se define como el principal jefe y responsable del hogar. Las mujeres han logrado una clara mayor visibilidad en el proceso productivo, ya sea solas como acompañadas de sus parejas, lo cual les ha brindado más oportunidades de acceder de manera directa a sus propios ingresos. Asimismo, el trabajo no remunerado tanto en el proceso productivo como en las actividades del hogar es reconocido y compartido.

Por último, se debe señalar que la organización de las tareas dentro de los hogares rurales sigue respondiendo a un tipo de funcionalidad que cierta complementariedad entre lo que deben hacer unos y otros y, por tanto, no está dirigida necesariamente un hacer prevalecer desigualdades. No obstante, es claro que las mujeres siguen asociándose más a las tareas domésticas y que en el caso de querer tener emprendimientos propios fuera del hogar, se ven más afectadas a la hora de la conciliación de tareas y tiempo disponible. Asimismo, los hombres siguen asumiendo como su rol el de principal proveedor, por lo que su necesidad de buscar fuentes laborales en tiempos de crisis o buscar la diversificación de las mismas tiende a ser más fuerte. No obstante, los condicionamientos se han ido reduciendo y la libertad y capacidad de elegir es mayor, aunque el acceso a empleos sobre todo de tipo asalariado sigue siendo fluctuante y limitante para todos, aunque sean los hombres los que suelen tener un poco más de oportunidades.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Céspedes, G. (2019). Diversificación de los ingresos de las familias productoras de quinua en el altiplano sur, 2015. Cuaderno de Trabajo (11). FATE. La Paz, Bolivia: CIDES – UMSA.

Machicado, C. G. (2022). Afectaciones del COVID-19 en agricultores del Altiplano boliviano. No. 04/2022. La Paz, Bolivia: Fundación INESAD.

Muriel, B. (2022). Diagnóstico sobre el empleo y la inclusión económica de las mujeres en Bolivia, con un foco en el sector agropecuario y rural. Informe Final. La Paz, Bolivia: Fundación INESAD.

Romero, D. (2016). Auge económico y empoderamiento de las mujeres. Analizando los factores que empoderan a las productoras de SOPROQUI y ARPAIAMT. Tesis de maestría. La Paz, Bolivia: CIDES, UMSA.

Romero, D. (2021). Mujeres campesinas y nueva ruralidad. Entre el auge y la crisis económica y ambiental de la producción de quinua en el Altiplano Sur de Bolivia. Tesis de maestría. Lima, Perú: Pontificia Universidad Católica del Perú.

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* Investigadora Asociada de INESAD, daniela.romeromay.88@gmail.com

Este blog es parte del Proyecto “Creación de empleos verdes para mujeres indígenas en el marco de la respuesta y recuperación bajas en carbono del COVID-19 en sector boliviano de la Quinua”, que cuenta con el apoyo del Programa Economías Sostenibles Inclusivas de International Development Research Centre (IDRC) de Canadá.

Los puntos de vista expresados en el blog son de responsabilidad de los autores y no necesariamente reflejan la posición de sus instituciones o de INESAD.

Inclusión financiera en las áreas rurales y productoras de quinua

     Por: Daniela Romero*

La expansión del acceso a servicios financieros en áreas rurales tiene un impacto positivo sobre la reducción de la pobreza y el aumento del ingreso per cápita, y constituye un medio para lograr objetivos económicos y sociales más amplios (Caballero, 2024). Para lograr este tipo de inclusión, entonces, se requiere tener presente tres dimensiones principales: el acceso, enfocado en las condiciones en las que se desarrolla el acceso a servicios y oportunidades financieras; el uso, que engloba las principales características de administración de dichos servicios; y la calidad, que está relacionada a la capacidad de estos servicios para responder a las necesidades de los consumidores (Alliance for Financial Inclusion, 2019). Los servicios financieros que impulsan en mayor medida la inclusión financiera son básicamente dos: las cuentas de ahorro y los créditos; a partir de los mismos las personas con recursos más limitados pueden lograr un respaldo financiero que les permita alcanzar objetivos a más corto plazo y decidir sobre su bienestar.

Las cuentas de ahorro se convierten en la herramienta más acertada para lograr la inclusión financiera al permitir la realización de diversas operaciones desde la tenencia de un capital que proviene de los propios usuarios; es decir, son ellos los que deciden el momento y tiempo en los que lo usarán. Esto impulsa una forma de administración más consciente y fluida de los capitales, que responde a las posibilidades de los usuarios y que garantiza el bienestar futuro de los mismos. Además, su apertura se realiza a partir de las condiciones y características generales que eligen los clientes y con el beneficio de acceder también a intereses (Ozili, 2021), por lo que la administración de este tipo de cuentas generaría mayor compromiso y responsabilidad por parte de los interesados.

En el caso de los créditos, se tiene que se han convertido en la herramienta más difundida dentro del sistema financiero para la lucha contra la pobreza, y la más poderosa para lograr el cambio social por su capacidad de impulsar el desarrollo de sus beneficiarios en diferentes niveles (Gutiérrez, 2012). Mayoux (2002) señala que el acceso a créditos, especialmente en el caso de las mujeres rurales, impulsa una serie de espirales virtuosas de empoderamiento económico, social y político para la mismas a partir de brindarles una sostenibilidad financiera, impulsando con esto la reducción de la pobreza en términos generales.

Sin embargo, la apertura a estas formas de financiamiento puede conllevar sacrificios y riesgos para las mujeres que al convertirse en receptoras de un crédito se pueden sentir más angustiadas por cumplir con los pagos y recurrir a fuentes de ingreso que les exijan mayores horas de trabajo, alargando así su jornada y complicando la conciliación con otro tipo de actividades. A esto puede sumarse que en algunos casos ellas no son las principales beneficiadas del crédito, sino sus esposos.  En este sentido, si bien el acceso a créditos es una herramienta importante en la inclusión financiera, su aporte está dirigido únicamente a aliviar el flujo de capital e impulsar la confianza de las mujeres, sin poder hacer mucho más.

En Bolivia, la oferta de servicios financieros de ambos tipos ha incrementado de manera importante durante los últimos años. Este progreso es el resultado de la implementación de un enfoque más inclusivo en las políticas que se encuentra dirigido principalmente a lograr el acceso universal a servicios financieros (Caballero, 2024). Bajo este enfoque, se ha impulsado la creación de puntos de atención más allá de las sucursales bancarias, tales como cajeros automáticos y otro tipo de corresponsales no financieros, que han facilitado el acceso en las zonas rurales (ASFI, 2014). Asimismo, la Banca Digital se ha expandido cada vez con más fuerza, en un mundo tecnificado que simplifica las operaciones bancarias. Sin embargo, el acceso a este tipo de plataformas suele general ciertas brechas, en el caso de aquellos que no acceden a Internet de manera constante, como ocurre aun en la ruralidad.

A la par de lo anterior, las personas se encuentran más conscientes de la necesidad de tener una cuenta bancaria y de disponer de su capital de manera más organizada y segura. Sin duda, esto ha provocado una reducción paulatina de ciertas brechas debido a la inclusión cada vez mayor de determinados grupos vulnerables; no obstante, otras brechas como las de género no han logrados resolverse. Estas brechas están relacionadas con otros determinantes tales como los niveles de educación y de ingreso, los cuales tienden a seguir siendo menores en el caso de las mujeres (Caballero, 2024).

Los resultados de la Encuesta INESAD 2023 a productores y productoras de quinua del Altiplano Sur permiten ejemplificar algunas de las características de la inclusión financiera en las zonas rurales, específicamente enfocado en la tenencia de cuentas bancarias. Los resultados muestran que más de la mitad de productores (62,5%) ha recurrido a la apertura de una cuenta bancaria, con un mayor porcentaje de hombres (67,8%) que de mujeres (56,9%), como lo muestra el Gráfico 1:

Gráfico 1. Productores y productoras que tienen una (o más) cuenta bancaria(s)

(%)

Fuente: Elaboración propia con base en la Encuesta INESAD, 2023.

No obstante, cuando se habla de la posibilidad de ahorrar, los porcentajes se elevan considerablemente, puesto que el 74,9% de la población señala tener ahorros, además que los porcentajes son muy similares entre hombres (75,3%) y mujeres (74,4%), como lo muestra el Gráfico 2. Esto daría a entender que los productores todavía recurren a otras formas de ahorro, en especial las mujeres, que van más allá de los bancos, lo cual también puede deberse a una menor información sobre las ventajas de los mismos o a una educación financiera baja.

Gráfico 2. Posibilidad de ahorro de los(as) productores(as) de quinua del Altiplano Sur

(%)

Fuente: Elaboración propia con base en la Encuesta INESAD, 2023.

Por el lado de los créditos, en el sec­tor agropecuario, la cobertura de servicios financieros para las mujeres no sobrepasa el 8% de la población, mientras el 91% de la cartera de créditos lo constituyen las mujeres de las zonas urbanas (Marconi et al., 2022). Desde hace años, diversas entidades financieras vienen ofreciendo tipos de créditos dirigidos específicamente a productores agrícolas, con tasas de interés más bajas, pero con una cantidad de requisitos y poca flexibilidad en los plazos de pago que hace difícil que ciertos grupos, como las mujeres rurales, accedan a los mismos. Sumado a esto, la baja educación financiera, que todavía existe en las zonas rurales, sigue limitando a aquellos que quieren acceder a este tipo de servicios (Romero & Lenis, 2024).

Ante este contexto, la figura de la Banca Comunal surge como un tipo de financiamiento orientado sobre todo a mujeres de bajos ingresos, con dificulta­des para cumplir con requisitos de patrimonio, capacidad de pago y garantías reales que exige el sistema financiero bancario (Marconi et al. ,2022). Un ejemplo de cómo trabaja la banca comunal se encuentra en Financiera y Asociación Agropecuaria del Altiplano Sur (FAAAS) de la que se benefician los productores de quinua del Altiplano Sur (Romero, 2021; Biermayr, 2016). Esta entidad se basa en la realización de préstamos a partir del capital que los socios acumulan por la venta de quinua a la asociación. Es decir, existe un flujo constante de capitales que pertenecen a las asociaciones y los socios, así como la garantía de pago a partir de la comercialización de la quinua. Por lo tanto, los requisitos son mínimos y la entrega del dinero es más rápida que en las entidades financieras tradicionales (Romero, 2021). La mayor desventaja, empero, es que la tasa de interés suele ser más alta que la de las otras entidades financieras, a pesar de esto, los productores consideran que es una gran ayuda cuando se necesita obtener un crédito rápido, especialmente para aquellas mujeres que solo tienen como ingreso la quinua (Ibíd.).

La inclusión financiera está avanzando de manera evidente, sin embargo, los bajos niveles de educación siguen constituyendo su principal obstáculo. Por lo tanto, las instituciones financieras deben seguir impulsando la capacitación en sus servicios, especialmente en sectores que se mantienen excluidos. La educación financiera es clave para lograr la inclusión financiera especialmente de las mujeres rurales e impulsar su empoderamiento a través de un mejor manejo de sus finanzas y la posibilidad de lograr llevar adelante sus emprendimientos económicos, más allá de la agricultura. Invertir estratégicamente estos capitales puede generar una espiral virtuosa en los hogares más pobres y permitirle asegurar su bienestar presente y futuro, por lo que impulsar la educación financiera sigue constituyéndose en el paso decisivo para completar el proceso inclusivo y expandirlo.

Referencias bibliográficas

Alliance for Financial Inclusion. (2019). Alliance for Financial Inclusion Policy Model: AFI core set of Financial Inclusion Indicators. In Bringing Smart Policies To Life.

Autoridad de Supervisión del Sistema Financiero – ASFI. (2014). Importancia de los corresponsales no financieros. En Autoridad de Supervisión del Sistema Financiero. La Paz, Bolivia: ASFI.

Biermayr, P. (2016). Género y sistemas agroalimentarios sostenibles estudios de caso: yuca, quinua, maíz y algodón. Santiago de Chile: Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura.

Caballero, A. (2024). Inclusión financiera en Bolivia. Un estudio de caso para los productores quinueros del Altiplano Sur. Serie Documentos de Trabajo sobre Desarrollo No. 15/2024. Septiembre, 2024. La Paz, Bolivia: Fundación INESAD.

Gutiérrez, S. (2012). Los microcréditos como herramienta de empoderamiento de la mujer. Una revisión de las propuestas analíticas. En Revista MBS. Almería, España: Universidad de Almería – Fundación CAJAMAR.

Marconi, R., Prado, M., Quelca, G. y Sánchez, C. (2022). Inclusión financiera de las mujeres. En Hacia la igualdad de género en los servicios financieros: Diagnóstico y propuesta. La Paz, Bolivia: ONU-Mujeres.

Mayoux, L. (2002). Microfinance and women’s empowerment: Rethinking best practice. In Development Bulletin (57); pp. 76-81.

Ozili, P. K. (2021). Financial inclusion: the globally important determinants. In Financial Internet Quarterly, 17(4). P. 1–11.

Romero, D. (2021). Mujeres campesinas y nueva ruralidad. Entre el auge y la crisis económica y ambiental de la producción de quinua en el Altiplano Sur de Bolivia. Tesis de maestría. Lima, Perú: Pontificia Universidad Católica del Perú.

Romero, D. & Lenis, C. (2024). Perfil socioeconómico de las productoras y los productores de la quinua en el Altiplano Sur de Bolivia, 2023. Documento de Trabajo 13/2024. La Paz, Bolivia: Fundación INESAD.

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* Investigadora Asociada de INESAD, daniela.romeromay.88@gmail.com

Este blog es parte del Proyecto “Creación de empleos verdes para mujeres indígenas en el marco de la respuesta y recuperación bajas en carbono del COVID-19 en sector boliviano de la Quinua”, que cuenta con el apoyo del Programa Economías Sostenibles Inclusivas de International Development Research Centre (IDRC) de Canadá.

Los puntos de vista expresados en el blog son de responsabilidad de los autores y no necesariamente reflejan la posición de sus instituciones o de INESAD.

La importancia de la transversalización de género en los servicios de salud

Por: Daniela Romero*

La Organización Mundial de la Salud (OMS) define el derecho a la salud como uno de los derechos fundamentales de todo ser humano, puesto que está relacionado con el bienestar físico, mental y social. Por lo tanto, ejercerlo no solo implica acceder a atención sanitaria, sino tener las condiciones sociales, económicas, políticas y culturales que permitan llevar una vida sana (OMS, citado en Lagrava, 2017). Tomando en cuenta esto, se entiende que el acceso y uso de los servicios de salud difiere de las condiciones de cada paciente y, fundamentalmente, de su sexo. Las enfermedades se expresan y atienden de forma diferente entre hombres y mujeres, ya sea desde los síntomas, pasando por los diagnósticos, los remedios a ser utilizados y los resultados obtenidos con los mismos (Westergaard, et al., 2019). Esto sin duda influye en la evolución de la enfermedad, la discapacidad y la calidad de vida e, incluso, en las muertes evitables. En este sentido, la transversalización del género en la salud es primordial en el desarrollo de cualquier servicio o, en definitiva, sistema de salud.

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