Por: Daniela Romero*
Desde los años noventa, el enfoque de género ha sido incluido en el debate de conferencias internacionales, así como en políticas y programas gubernamentales alrededor del mundo. Además, esto provocó el nacimiento de muchas organizaciones de mujeres que continuaron impulsando el uso de sus conceptos tanto dese una esfera activista, como científica. Sin embargo, las condiciones y las relaciones de género que vulneran la vida de muchas mujeres aún se mantienen en diversos contextos, especialmente en los rurales, donde persisten condiciones de desigualdad y pobreza. En este marco, más allá del discurso, los proyectos sociales no han logrado abarcar y/o profundizar lo suficiente en aquellos aspectos estructurales que mantienen dichas condiciones. Por lo tanto, es necesario que las nuevas intervenciones incorporen el enfoque de género de una manera más activa para promover la transformación de las relaciones de género desde la familia: desde los propios hombres y mujeres; visibilizando sus capacidades, intereses y aspiraciones individuales y colectivas (Rodríguez, 2015).
El enfoque de género está relacionado con el tipo de análisis socioeconómico, puesto que ayuda a los programas y proyectos a identificar las variables que provocan las diferencias en las relaciones entre hombres y mujeres para ir más allá de la mera integración tentativa del género. Esto tiene por finalidad que dicha integración sea sostenible a partir de la utilización de métodos participativos en la que ambos géneros construyan su realidad a partir de sus particularidades y de manera continua (Wilde y Osorio, 2001). De esta manera, la aplicación de indicadores sensibles al género puede utilizarse para revelar los obstáculos que impiden alcanzar el éxito de las políticas, programas y proyectos, al ayudar a destacar los problemas claves de la cotidianeidad de los actores.
El análisis de género engloba una variedad de métodos utilizados para comprender las relaciones entre hombres y mujeres, que van desde el análisis del acceso a los recursos, la diferenciación en la división del trabajo remunerado y no remunerado; y las limitaciones a las que se enfrentan unos y otros. A su vez, el análisis de género genera información no sólo de las desigualdades por razón de género, sino también a partir de su relación con la raza, el origen étnico, la cultura, la clase, la edad, la discapacidad y/u otra condición. Esto es sumamente importante para comprender los diferentes patrones de participación, comportamiento y actividades que tienen mujeres y hombres en las estructuras económicas, sociales y legales (Jost et al., 2014). Es así que el enfoque de género ubica a las personas en el centro del análisis, garantizando que las políticas e intervenciones satisfagan, dentro de un marco equitativo, las necesidades de quienes se ven más afectados. Entonces, la integración del enfoque de género no es un fin en sí mismo, sino un medio para alcanzar un fin concreto.
En el caso específico de las áreas rurales, el enfoque de género adquiere una mayor importancia dentro de un proceso de grandes cambios denominado la “nueva ruralidad”. Esta nueva ruralidad se caracteriza por transformaciones profundas en la organización de las actividades políticas, económicas, sociales, culturales dentro del espacio rural y en la configuración general de los territorios rurales. Se trata de transformaciones que se producen de manera particular en cada territorio, de acuerdo a las actividades económicas principales que se llevan a cabo en cada uno de ellos y sus articulaciones con otros procesos productivos.
A su vez, dichas transformaciones se producen por la incorporación de actividades que hasta entonces eran ajenas al medio rural, tales como la doble residencia y la generación de nuevos emprendimientos residenciales que buscan condiciones de habitabilidad diferentes a los urbanos (Van der Ploeg, 2010). En estrecha relación, los cambios que atraviesa la configuración del territorio se producen a través de nuevos usos del suelo que dan lugar a actividades y formas de localización antes no conocidas en territorios rurales. A la par, se producen nuevas formas de distribución de la población, con flujos poblacionales en ambas direcciones y ajustes en el sistema funcional e infraestructural, que generan la conectividad entre áreas urbanas y rurales (Pellegrino, 2013: 90).
En este contexto, las mujeres y los hombres rurales utilizan diversos recursos naturales y materiales que se encuentran principalmente controlados por las organizaciones comunitarias locales. No obstante, si bien se promueve la igualdad en el acceso, la capacidad de muchas mujeres para acceder a ellos y a los ingresos derivados de los mismos es menor que la de los hombres. Puesto que, aunque las mujeres tengan acceso “igualitario” a ciertos recursos, es posible que no tengan la capacidad de decidir el destino de los mismos, lo cual termina por limitar y poner en cuestionamiento dicha igualdad. Por lo tanto, identificar quién controla los recursos es importante para entender los procesos de gestión de los mismos. Desde aquí, las relaciones de género cobran mayor relevancia a la hora de analizar la dinámica social, económica, productiva y política de la región dentro de cualquier intervención social. (Elías 2013).
Mujeres y hombres suelen explotar espacios diferentes. Las mujeres tienden a recolectar productos en terrenos comunes y no cultivados, como el monte y los intersticios entre los campos; y son las principales encargadas de acarrear el agua y la leña. Estos espacios, cruciales para el sustento de las mismas, suelen ser ignorados en los análisis que se centran en las tierras «productivas», por lo que no son tomados en cuenta en las actividades a desarrollar dentro de las intervenciones. Asimismo, en algunas regiones, la cría de animales suele ser la principal responsabilidad de las mujeres, pero generalmente crían menor cantidad de animales grandes. Sin embargo, ellas pueden llegar a asumir toda la responsabilidad de los mismos, así como conseguir el forraje. Además, no se debe olvidar su aporte en el procesamiento y comercialización de los productos ganaderos (Elías 2013).
Bajo estos parámetros, las intervenciones deben tomar en cuenta no sólo la tenencia de la tierra o los ingresos productivos, que a menudo es tenue para las mujeres, sino también otras formas importantes de acceso a los recursos y su aporte a la seguridad alimentaria y la sostenibilidad productiva; además de las configuraciones territoriales en las que se producen. Elementos como los derechos de acceso a los árboles, el acceso a agua, la transformación y comercialización de los productos derivados de los animales, el cuidado de los mismos, entre otros; pueden convertirse en claves que pueden diferir de los derechos a la tierra, puesto que se refieren también a la gestión de la territorialidad. Los programas de desarrollo rural vienen identificando a las mujeres como población estratégica en la dinamización social y económica del medio rural, pero para trabajar bajo este enfoque es imprescindible desarrollar la sensibilidad necesaria para percibir los sutiles mecanismos sociales implicados en las relaciones de género que perpetúan las desigualdades entre mujeres y hombres dentro de territorios con realidades particulares y, a la vez, inmersos en transformaciones globales (Cruz, 2012).
Asimismo, estas intervenciones deben adoptar algunos elementos como uso del lenguaje no sexista; capacitación permanente del equipo facilitador y participantes; el reconocimiento de la división sexual del trabajo en lo productivo, reproductivo, ambiental y social-comunitario, y la doble y triple jornada de trabajo; sitios y horarios de reunión conveniente a las mujeres, la niñez, ancianos(as), discapacitados(as) y hombres para interactuar en condiciones de igualdad; reflexionar sobre el impacto diferenciado, la situación y eventos históricos acerca de la condición de las mujeres; así como la incorporación de acciones afirmativas que aborden la discriminación entre géneros (Ibid.). La introducción de este enfoque en la conceptualización, organización y aplicación de una intervención que busca ser transformadora, es sin duda primordial, porque representa un paso más allá en la busca de la sostenibilidad de sus resultados.
El éxito de las iniciativas de desarrollo rural depende de la igualdad de relaciones entre mujeres y hombres, en todos los contextos de desarrollo, hay desafíos persistentes y emergentes que tienen impactos distintos en mujeres y hombres y que están limitando o tienen el potencial de limitar los logros de la igualdad de género. De esta manera, se debe tener claro que la perspectiva de género no promueve una disputa de poder entre mujeres y hombres, sino la construcción de alianzas entre mujeres y entre mujeres y hombres, a partir del reconocimiento de la situación concreta de subordinación histórica y actual de las mujeres, en busca del equilibrio de las posiciones sociales de unos y otras. Partiendo de ese reconocimiento como condición estructural de las relaciones de género, se deberá analizar las situaciones concretas de hombres y mujeres en los territorios, sus necesidades prácticas y sus intereses estratégicos para lograr una mayor equidad social y, con esto, una mayor solidez en las políticas nacionales, mayor coherencia en los programas y mejores resultados en los proyectos de intervención.
Bibliografía:
- Cruz, F. (2012). Perspectiva de género en el desarrollo rural. Programas y experiencias. Ed. Asociación País Románico. Grupo de Acción Local Zona Media de Navarra, Consorcio de Desarrollo de la Zona Media de Navarra, AECID, FEOGA-O: España.
- Elías, M. (2013). Consejos para preguntas desde una perspectiva de género.
- Jost C, Ferdous N, Spicer TD. 2014. Gender and Inclusion Toolbox: Participatory Research in Climate Change and Agriculture. Copenhagen, Denmark: CGIAR Research Program on Climate Change, Agriculture and Food Security (CCAFS); CARE International and the World Agroforestry Centre (ICRAF).
- Pellegrino, A. (2013). “Estrategias de intervención vinculadas a procesos de nueva ruralidad”. CIUT – Centro de investigaciones Urbanas y Territoriales Facultad de Arquitectura y Urbanismo, Universidad Nacional de La Plata. La Plata, Buenos Aires, Argentina.
- Rodríguez, L. (2015). “El enfoque de género y el desarrollo rural: ¿necesidad o moda?” Revista Mexicana de Ciencias Agrícolas, vol. 1, 2015, pp. 401-408 Instituto Nacional de Investigaciones Forestales, Agrícolas y Pecuarias Estado de México, México.
- Van der Ploeg, J. (2010). Nuevos campesinos. Campesinos e imperios alimentarios. En SOCIOLOGÍA, 2012, vol. 343, págs. 351.
- Wilde, V., & Osorio, M. (2001). Manual para el nivel de campo. Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO).
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* Investigadora Asociada de INESAD, daniela.romeromay.88@gmail.com
Este blog es parte del Proyecto “Creación de empleos verdes para mujeres indígenas en el marco de la respuesta y recuperación bajas en carbono del COVID-19 en sector boliviano de la Quinua”, que cuenta con el apoyo del Programa Economías Sostenibles Inclusivas de International Development Research Centre (IDRC) de Canadá.
Los puntos de vista expresados en el blog son de responsabilidad de los autores y no necesariamente reflejan la posición de sus instituciones o de INESAD.