Actualmente las prácticas de Responsabilidad Social se encuentran bastante valoradas en el mundo entero y su adopción a nivel empresarial es altamente aconsejada. Uno de los requerimientos relacionados al tema laboral se enfoca en que los empleados de una empresa no puedan ser obligados a trabajar más de 48 horas semanales, teniendo por lo menos un día libre por semana.
A pesar de esta fuerte tendencia en el sector empresarial, en los hogares de Bolivia todavía se considera a las empleadas «cama adentro» propiedad intrínseca de la familia para la cual trabajan; las empleadas domésticas que habitan la misma casa de sus empleadores no tienen un horario de trabajo fijo, en muchos casos los días de descanso no se encuentran determinados y estos aspectos no son concertados entre empleadas y empleadores antes de iniciar la relación laboral; esta situación, de por sí inestable y potencialmente abusiva, se agudiza aún más en el caso de las empleadas que migran del campo a la ciudad en busca de trabajo, como se verá más adelante.
En relación a este tema, en Maher y Staab (2005), las autoras analizan la migración de mujeres peruanas a Chile para trabajar como empleadas domésticas, al haberse incrementado la demanda por sus servicios entre empleadoras insertas cada vez más en el mercado laboral profesional, que se encuentran hastiadas de tener que concertar salario y horarios de trabajo con empleadas chilenas que defienden sus derechos y que exigen obligaciones predefinidas y horarios estrictos a cumplirse, ante un marco legal recientemente fortalecido que las ampara.
Según Maher y Staab, el trabajo doméstico, anteriormente proporcionado por mujeres jóvenes chilenas provenientes de zonas rurales, ha sido gradualmente reemplazado por el provisto por inmigrantes peruanas, no porque las mismas exijan menores salarios, sino porque las empleadoras chilenas sienten preferencia hacia la actitud de las peruanas, ya que éstas, al carecer de otras opciones laborales y de redes de apoyo que las alienten a hacer respetar sus derechos, son menos proclives a resistirse a una relación ‘patrón-sirviente’ tradicional, siendo más sumisas y serviciales y aceptando en su mayoría trabajar más de diez horas promedio por día, contando solamente con un día a día medio de descanso a la semana.
En Bolivia podemos encontrar un paralelo entre las conclusiones de Maher y Staab y la situación de las mujeres que migraron hacia las ciudades en las últimas dos décadas para trabajar como empleadas domésticas. Estas mujeres trabajan un promedio de 11.5 horas al día, dos horas más que el resto de las empleadas, según las Encuestas de Hogares realizadas por el INE, correspondientes al periodo 1989 – 2005, como se observa en el gráfico siguiente:
A pesar de haber pasado ya un quinquenio desde la promulgación de la Ley 2450, Ley de Regulación del Trabajo Asalariado del Hogar, que otorga derechos irrenunciables a las empleadas domésticas bolivianas, estableciendo una jornada de diez horas de trabajo efectivo para las empleadas que habitan en el hogar donde prestan sus servicios y de ocho horas diarias para las empleadas que no habitan en el mismo lugar que sus empleadores, podemos observar que todavía existe un 23% de las empleadas del hogar que trabaja más de diez horas al día, porcentaje que aumenta a 37.5% en el caso de las mujeres que migran a la ciudad (2).
El 73% del total de empleadas domésticas encuestadas trabaja seis días o más a la semana. Las empleadas que trabajan los siete días de la semana alcanzan el 18.25% del total encuestado. Para las mujeres que migran a la ciudad la situación se agrava, llegando a ser el 43.75% las que trabajan los sietes días de la semana.
En lo que concierne al trabajo infantil, se observa que el 8% de las empleadas domésticas son menores de 15 años, porcentaje que se incrementa a 25% en el caso de las empleadas domésticas inmigrantes. En general, las empleadas domésticas que trabajan en la ciudad luego de emigrar desde el campo, presentan una edad promedio menor al resto, como se observa a continuación:
En relación al salario percibido, analizando una vez más los datos al 2005, se observa que las mujeres que migraron a la ciudad ganan como empleadas domésticas un salario promedio 34% menor al resto de trabajadoras del hogar.
En conclusión, las niñas y mujeres que migran a la ciudad para trabajar como empleadas domésticas enfrentan condiciones de trabajo más desfavorables que el resto, al trabajar en promedio más horas diarias y un mayor número de días a la semana, percibiendo un salario menor.
Además, cabe señalar que el grupo entero de empleadas domésticas enfrenta duras condiciones de trabajo, a pesar de contar con un marco legal que protege sus derechos, lo cual debería llevarnos a la reflexión de ponderar en mayor grado la necesidad de un cambio de paradigmas fuertemente enraizados en nuestra cultura como es la relación ‘patrón-sirviente’, más que la promulgación de una Ley que claramente no se respeta.
(*) Investigadora, Instituto de Estudios Avanzados en Desarrollo, La Paz, Bolivia. La autora felizmente recibe comentarios a: asuxo@inesad.edu.bo.
(1) Maher y Staab (2005): «Nanny politics». International Feminist Journal of Politics, Vol. 7, N° 1.
2) Según la Encuesta de Hogares 2005 del INE.
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